Mi despedida al Papa Francisco
Un abrazo suspendido en el tiempo
Mientras exploraba un espacios donde mi voz espiritual pudiera crecer de manera auténtica, libre como una brisa que aún no sabía hacia dónde quería soplar.
No imaginaba entonces que, en silencio, el camino de regreso iría dibujándose bajo mis pasos, como una vereda de luz suave, un camino de luz suavemente marcado. Venia de un faro lejano, pero potente. El ejemplo sereno de un hombre sencillo y luminoso; tanto que iluminó mi andar interior con la calidez de un sol discreto.
La llegada del Papa Francisco a mi historia fue una invitación a detenerme, a dejar de correr hacia el futuro, y a volver a habitar el presente como quien siente la brisa en la piel.
Me recordó que la humildad, la autenticidad, la alegría y la ternura son lenguajes universales que no necesitan muros, ni credos, ni etiquetas.
A pesar de la distancia física, su forma de caminar —sin gritos, sin imposiciones, simplemente siendo humano— me hablaba en un idioma que el alma entiende sin necesidad de traducción.
Entendí que la fe más poderosa no se grita: a veces apenas se susurra, a veces simplemente se abraza.
Verlo tender puentes entre generaciones, culturas y corazones distintos, sin perder nunca su sencillez ni su compasión, fue una lección viva.
Un recordatorio de que ser verdadero —no perfecto, sino verdadero— es ya en sí mismo un acto silencioso de amor.
Su forma de comunicar, desde la cercanía, el respeto y la alegría de la vida sencilla, me inspira no solo en el plano espiritual, sino también en mi futuro como profesional y como ser humano. Me mostró que liderar con humildad no es un gesto de debilidad: es, en realidad, la expresión más profunda de la fortaleza.
Un puente como vos Papa. Sencillo, pero que une y cambia realidades.
Despedida Personal:
Aunque nuestros caminos nunca se cruzaron en persona, hoy te abrazo con el alma llena de gratitud, como quien envuelve en sus brazos un rayo de sol.
Gracias por recordarme, desde la distancia luminosa de tu ejemplo, que no hay que olvidar de dónde venimos para caminar hacia donde soñamos llegar. Gracias por enseñarme que ser auténtica, sencilla y fiel a mi propia luz, es suficiente.
Haré mi mejor esfuerzo por llevar tu legado, no como un estandarte visible, sino como una brisa discreta que acaricia, que acompaña, que siembra ternura en los pequeños gestos diarios.
Este abrazo que no pude ofrecerte en vida queda suspendido en el tiempo, bordado en las fibras invisibles de la memoria, la gratitud y la esperanza.
Hasta siempre, querido Francisco.
Aquí, desde mi pequeño rincón del mundo, seguirás caminando conmigo, bajo este mismo sol generoso que a veces nos toca el alma.
— Eugenia
No fue en Roma,
pero desde aquí, con todo mi cariño,
te puse mis flores, Francisco